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Los libros y sus soportes

Actualizado: 27 ene 2022


La numeralia más reciente es muy clara: el libro electrónico tiene una participación cada vez mayor en el mercado editorial. Hace diez años alguien, de manera muy alegre, profetizó que en 2020 los ejemplares impresos en papel dejarían de existir y serían sustituidos por los archivos epub. Evidentemente eso no ocurrió, porque era imposible y, además, inconveniente para todos los eslabones de la cadena del libro. Siempre ha quedado claro que lo más sano para autores, editores, libreros y lectores es que haya una convivencia entre los diversos soportes. Pero es un hecho que aumenta de manera constante el número de personas que eligen comprar epubs.

De acuerdo con los informes recabados por Libranda, la mayor distribuidora de libros electrónicos en español del mundo, entre 2019 y 2020, la tajada de los libros electrónicos respecto al mercado total del libro es de 5.2%, pero si se habla de novedades y grandes lanzamientos, la cifra oscila entre 15 y 25%. España es el principal mercado del libro digital y el segundo es México, aunque se advierte un claro crecimiento en otros tres países: Perú, Colombia y Chile.

Es evidente que la mayoría de quienes pertenecen a generaciones que nacieron ya en el mundo digital, leerán en pantalla. Para ellos son muy claras las ventajas de este tipo de tecnología, pues están acostumbrados a utilizarla en todos los ámbitos. Por ello, saben que un libro electrónico puede obtenerse de manera inmediato, puede ser subrayado, cuenta con diccionarios de muy fácil uso, así como vínculos a las fuentes de investigación. Definitivamente, el viraje radical es sólo cuestión de tiempo.

Pero, vayamos más allá de la mera tecnología. Recordemos que la existencia esencial del libro es virtual. De hecho, así nació hace miles de años. Un libro existe porque una persona elige, de entre todas las palabras que tiene a su disposición, un cúmulo de ellas y las organiza para comunicar algo. Para poder comunicar esa selección de palabras, esa construcción hecha con palabras, fue necesario contenerlas en un soporte. Uno de esos primeros soportes fueron las tablillas de arcilla, luego vino el papiro, después el papel y ahora la tinta electrónica. Uno de esos soportes, el papel, tuvo tal trascendencia y fue tan práctico que al paso de los siglos se le confundió con el libro. Pero, el libro existe más allá del soporte que lo contiene. Por eso, si quemamos un ejemplar del Quijote, por ejemplo, no destruimos al Quijote, la obra literaria no sufre mella alguna a pesar de que el papel que la contiene queda reducido a cenizas. Si, en cambio, algún demente destruye la Gioconda, de Leonardo da Vinci, entonces esa obra maestra de la pintura desaparece por completo y para siempre.

El libro se encuentra más allá de su soporte y no sólo eso lo hace indestructible. Cuando surgió el cine, a principios del siglo pasado, y luego la radiofonía y la televisión, muchos pensaron que la lectura por placer quedaría relegada. Décadas después se comprobó que eso no ocurriría. En los tiempos que corren, no faltaron quienes, de nuevo, creyeron que los contenidos digitales distribuidos por las plataformas de transmisión en directo serían una competencia insuperable para los libros.

La industria editorial jamás sintió esa amenaza. La razón es que la lectura es insustituible, pues no existe otro mecanismo que ofrezca a una persona la posibilidad de seguir el discurso, el pensamiento de alguien más con tanta fidelidad. Además, sólo por medio de la lectura es posible no sólo conocer esa concatenación de ideas, sino también recrearlas, reordenarlas, en fin, apropiártelas y luego expresarlas de una manera diferente, completamente personal.

Creo que no es exagerado afirmar que el libro es la creación cultural que mejor se ha adaptado a las nuevas herramientas tecnológicas, sino que además tiene en ellas una plataforma para potencializarse y llegar cada vez a más personas, sin perder, en absoluto, su integridad.

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